En tierra de fuego

SINOPSIS EN TIERRA DE FUEGO

Barcelona, otoño de 1943. Cuando Rosa Sarlé llega a la casa de sus padres poco puede imaginar que se encontraría con Frank Bennet-Jones, rico estanciero inglés afincado en la Patagonia argentina. El viudo de su hermana Anna. Tras ese encuentro, Rosa relee las cartas en las que Anna le relataba su apasionada historia de amor con Frank.

A Frank el reencuentro con Rosa lo altera a su pesar. Sin embargo, un hecho inesperado le lleva a casarse con ella y a llevársela a Argentina, aun a riesgo de que Rosa descubra el secreto sobre la muerte de Anna.

En El Calafate, Rosa conoce a Armando Guzmán de Guevara. Entre los dos nace una fuerte atracción y él le revelará el secreto que esconden las cartas de su hermana.

Rosa se verá atrapada en medio de la rivalidad de los dos hombres. Tendrá la oportunidad de vivir la aventura que siempre deseó, conocerá la pasión… pero tendrá que elegir entre Frank y Armando.


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EN TIERRA DE FUEGO

Capítulo 1

Buenos Aires. Agosto de 1943


Esa mañana El Calafate apareció cubierto por una inmensa capa de nieve que le confería un aspecto de lugar apacible, tranquilo, algo que seguramente se podía esperar de un pequeño pueblo tan alejado de la civilización, casi perdido en los confines de Tierra del Fuego. Sin embargo, en la habitación de la gran casona a Frank le ahogaba el calor cada vez que miraba aquella maleta, la que se llevaría con él a Barcelona, la que entregaría a su familia política y con la que se desprendería de las cosas más personales de Anna.

La nieve borraría sus pasos al alejarse de la casona como los borró el día en que enterraron a Anna. Parecía que la naturaleza se empeñaba en hacer desaparecer cualquier vestigio del paso de aquella mujer por su vida y su casa. ¿Quién podría acusarle por no sentir dolor ante la muerte de su mujer? Confiaba en que aquel viaje supusiera un antes y un después en su vida.


Buenos Aires le recibió con sus centenarios jacarandás floreciendo. Frank reparó en la fecha del Buenos Aires Herald, 19 de agosto de 1943, y en un acto reflejo y sin dejar de mirar los titulares extendió la mano con la plata para pagar al vendedor ambulante. Caminaba sin demasiadas ganas. Las calles de la ciudad comenzaban a cobrar vida. Los limpiabotas, apostados en las esquinas más transitadas, aguardaban a sus madrugadores clientes. Alguna nota de bandoneón sonaba en la lejanía. A su lado, un jovenzuelo empujaba con energía un carrito que dejaba a su paso una estela de olor a cafés y bollos calientes. ¡Eran los aromas y la música de Buenos Aires!, ¡el “París americano”!, como lo bautizaron en los felices años veinte. Qué bonito era llevar por primera vez a una mujer a pasear al parque Palermo, inspirado en el Bois de Boulogne, o a la impresionante Avenida 9 de Julio que te transportaba a los Campos Elíseos.

—¡Chico: café y media luna! —pidió. Su estómago le recordaba que no había cenado la noche anterior. Se sentó en el banco, necesitaba tomar un poco de aire, Buenos Aires disfrutaba de una agradable primavera mientras El Calafate seguía viviendo un duro invierno. Le costaba tragar la media luna, tiró de la cadena plateada que mantenía a salvo su reloj en el bolsillo del chaleco, sus espesas cejas se arquearon decidiendo que era hora de moverse.

Mientras se adentraba en la zona de Belgrano, sin darse cuenta su boca se torció en un gesto de desagrado. El barrio alemán de la capital se estaba convirtiendo en una pequeña Alemania, creando Puntos de apoyo (Stützpunkte), y Grupos locales (Ortsgruppen), llegando incluso a fundar una filial del temido Partido Obrero Alemán Nacionalista. ¡La Quinta Columna de Hitler empezaba a rugir imparable en Sudamérica!

Frank detuvo sus pasos, el sol se reflejaba en la placa del edificio, la leyó aunque sabía muy bien lo que tenía grabado: Cámara Alemana de Comercio, delegado Herr Otto Stauffer. Contuvo la respiración un segundo mientras pensaba que esa sería su última gestión antes de partir a España. Subió con agilidad la majestuosa escalinata de mármol que presidía la entrada.

Al otro lado de la calle, el hombre que le seguía consideró que había recopilado suficiente información. Rebuscó en el bolsillo de la americana hasta encontrar un papel que en sus tiempos debió de ser una servilleta, con un mal pulso apuntó en él la hora y el lugar. Entornó los ojos evitando la última bocanada de humo, la colilla se precipitó hacia el suelo dejando libres sus manos, que se apresuraron a frotarse entre sí. La mañana era fresca a pesar de los tímidos rayos de sol que la iluminaban. Volteó la solapa de la americana intentando cubrir un espacio más amplio de su cuello mientras enfilaba sus pasos hacia el barrio porteño de Montserrat, hacia la Gran Vía, como a él le gustaba llamar a la Avenida de Mayo.


—¡Frank, amigo! —El hombre se acercaba a él con la mano extendida, acompañándose de un gesto que invitaba al visitante a pasar al interior del despacho—. No sabe cómo siento... —su español arrastraba un fuerte acento alemán. Sus pequeños ojos miraban con disimulada envidia el aspecto físico del otro hombre.

—Gracias, Otto —contestó Frank secamente. Sus ojos parecían más interesados en el contenido de la mesa de despacho. Sin duda el delegado estaba repasando la prensa del día, varios periódicos alemanes cubrían la pulida superficie, entre ellos el Freire Presse y el Argentinisches Tageblatt, que ocupaban un lugar preferente en aquella selección. Quién lo diría, el mismísimo señor delegado de la Cámara de Comercio con el Argentinisches, periódico conocido por sus ideas liberales y antinazis.

El despacho de Otto se había convertido en el mayor santuario de habanos de Buenos Aires, resultaba difícil imaginárselo sin uno de ellos en la boca. El alemán tomó entre sus manos, con suma delicadeza, la caja de cedro donde guardaba su preciado bien.

—¿Gusta querrido amigo? —Frank no decidía qué era lo que le irritaba más de aquel hombre, que le llamara “querrido” amigo o su modo de arrastrar las erres. Aceptó un habano como parte de la puesta en escena, así decidían los negocios los hombres, fumando un buen puro y con una copa de oporto en la mano. Por suerte para él la enorme mesa de nogal recién encerada les separaba.

—Hay cinco regiones tabaqueras en Cuba —explicó el alemán—, pero la mejor por su clima es Vuelta Abajo. —El humo creaba una improvisada cortina que escondía la cara de Otto haciéndola aún más inquietante—. ¡Umm…! ¡Divino! —exclamó al tiempo que cedía a su visitante la guillotina con la que cortar la perilla del cigarro. Al hacerlo, Frank reparó en la vitola, pero pronto su atención se centró en la foto de la pared… Ludwig Freude y Juan Perón. El círculo parecía cerrarse pensó, era conocida la simpatía que Perón profesaba a los alemanes y a Freude. Freude era el presidente del club alemán. Sin duda ellos estarían relacionados con el golpe de estado del GOU.1

—¿Los conoce? —Otto reparó en su interés.

—No personalmente —contestó el inglés.

—Son unos buenos amigos, ya me entiende, buenos para nuestra causa —rió enseñando los dientes—. Se conocieron en Mendoza. Freude, el de la izquierda —señaló— construye caminos allí y en San Juan para la empresa de Perón.

Frank escuchaba a Otto con toda la atención que podía acumular ante aquel hombre que lucía cada día más orondo. Se adornaba con un ancho mostacho y le gustaba usar anteojos, solo porque creía que le conferían un aspecto más intelectual, pero ni aún así podía desligarse de su porte de militar alemán con el que llegó tras la gran guerra. La guerra, —suspiró interiormente— ahí es donde él debería estar, en el frente, quizá así pudiera liberar todo el rencor y la rabia que le estaban consumiendo por dentro. Le asqueaba asumir el papel de héroe silencioso, sentado en aquel despacho, frente a una bandera germana.

—¿Decidido en su empresa europea? —La voz de Otto le arrancó de sus pensamientos—. Debe pensarlo bien —hizo una pausa en su discurso intentando entender por qué querría alguien abandonar una vida cómoda, sin darse cuenta se rascó la cabeza—, ya sabe a qué me refiero, en plena guerra. Es peligroso —intentó escoger sus palabras—. Ejem —carraspeó—, verá, quiero que sepa que es incómoda para mí nuestra situación, mi país bombardeando el suyo...

—Nosotros somos hombres de negocios —atajó fríamente Frank, que en su fuero interno se revolvía contra aquel halo de amistad con que el alemán quería cubrir sus relaciones—. Ni aquí, ni ahora, usted es alemán y yo británico, limitémonos a ser unos ciudadanos que viven en Argentina con, digamos —eligió sus palabras—, intereses comunes en Europa. —Se esforzó en evocar algo parecido a una sonrisa aunque ya no recordaba cuándo fue la última vez que lo intentó.

—Es una forma inteligente de verlo —el alemán respiró más relajado apoyando una mano en su panza y desparramándose en el sillón de piel—, no me “gustarría” que un trasnochado patriotismo interfiriera en “nuestros” negocios.

—Eso es algo que no ocurrirá —Frank hizo un esfuerzo por esconder el asco que le provocaba aquel hombre, al tiempo que deslizaba un sobre por la mesa, Otto se apresuró a atraparlo, un silbido de satisfacción fue su respuesta al ver su contenido.

—Su última información merece eso y más —justificó Frank—. Y ahora que sé que conoce a Perón y que él está tan cercano al poder desde su posición en el GOU, aún más. Debe estar atento a todos sus movimientos, en especial si mantiene relaciones con nazis. No escatime en gastos, Otto.

Frank sintió un escalofrío al estrecharle la mano.


1 GOU: Grupo Obra de Unificación. Logia nacionalista que agrupaba a oficiales del ejército y que tuvo un peso importante en el movimiento militar del 4 de junio de 1943.